Bienvenidos, manchadores de figuritas, amigos de los dados, merodeadores de mazmorras, y demás calaña de las redes...
Hace años, en pleno apogeo del Warhammer más clásico, muchos eran los juegos satélite que surgieron alrededor del Universo del Viejo Mundo. Uno de ellos, el juego de escaramuzas Mordheim. Permitía llevar a un tablero más pequeño y con un puñado de miniaturas por bando, toda la emoción y épica de las grandes batallas de Warhammer.
En Warhammer tenías cientos de miniaturas por bando, en unidades de 5 a 20 miniaturas, que formaban en sólidos bloques de infantería o caballería. La mayoría de las miniaturas de una unidad, si no eran iguales, eran extremadamente parecidas (como es lógico) y muchas veces de plástico. Por eso, cuando cogías soltura con los pinceles, daba gusto después de tanta tropa, pintar alguno de los héroes del ejército: miniaturas únicas de poderosos guerreros, esculpidas en glorioso Metal.
Pues bien, eso era Mordheim. Su gama de miniaturas ha sido siempre alabada, se jugaba con media docena de miniaturas por bando, y cada una era como un héroe de Warhammer, llenas de carisma, irrepetibles, y cada una con su propia historia.
Hoy vemos a uno de esos héroes. Aenur, la espada del crepúsculo.